Opinión
BIOECONOMÍA
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Damián Muruzábal
Líder del Área de Alimentación y Bioeconomía
SOSTENIBILIDAD
Este interrogante plantea si las prendas de ropa que compramos en las tiendas cumplen en su totalidad los requisitos de la moda sostenible
En los últimos años estamos empezando a observar una tendencia creciente en los anuncios y redes sociales, publicitando lo que se viene llamando “moda sostenible”. Nos inundan de marcas, certificados y etiquetas para poder demostrar lo “verdes” que son las prendas que compramos, hasta el punto en el que nosotros, los consumidores, podemos llegar a recelar de las afirmaciones que están detrás de estas etiquetas y certificados.
Y no es que lo que nos digan no es cierto (Dios me libre de dudar de las afirmaciones que hacen los departamentos de Marketing de las empresas), sino que, en realidad, llegar a decir que una prenda de ropa es sostenible requiere un análisis muy amplio que abarca numerosas dimensiones, y que engloba a toda la cadena de valor.
Prestemos atención, por ejemplo, a las materias primas. Podríamos entender como sostenible un tejido o prenda que haga uso de fibras vegetales (algodón, por ejemplo) que haya sido cultivado de forma ecológica, evitando el uso de pesticidas u otras sustancias. Podrías considerar, también, no utilizar tintes y productos químicos en el procesado posterior de los tejidos. Pero podrías defender que también es moda sostenible obtener nuevos tejidos a partir de residuos que suponen una problemática. Por ejemplo, existen casos que utilizan restos de velas o cordajes fuera de uso procedentes de barcos para elaborar complementos, o que fabrican nuevos tejidos a partir de residuos plásticos.
Pero quizás centrarse solo en las materias primas no es suficiente, porque el mundo de la moda es un mundo que, queramos o no, se rige por las emociones. Así, aunque puedes defender como sostenible el empleo de tejidos o materiales de altísima durabilidad (consiguiendo así que, por ejemplo, tus vaqueros no se rompan nunca, o que las suelas de tus zapatos tarden mucho más en desgastarse), la propia industria de la moda favorece que cada cierto tiempo las modas cambien, y que esos vaqueros, aunque no se hayan desgastado ni un ápice, los quieras cambiar por otros más amplios, o estrechos, o altos o bajos.
Por tanto, tan importante como los materiales es el diseño: conseguir que la estética de sus prendas sea ajena a las modas. Hay algunos casos que perduran durante mucho tiempo, como por ejemplo las zapatillas Vans o las Doctor Martens (que han mantenido durante años su diseño original, pensado como calzado de seguridad), pero supone un esfuerzo mental y psicológico conseguir que tus prendas sean icónicas.
Hay otros aspectos que pueden definir también si tu vestuario entra en la categoría de moda sostenible, y que no analizaré en detalle (dejo al gusto de cada lector profundizar en el tema). Algunos ejemplos son el diseño de la ropa para facilitar su reparación, o la facilidad para poder separar y reciclar sus componentes al final de su vida útil, e incluso la puesta en servicio de sistemas para el trueque o venta de ropa de segunda mano o la búsqueda de materiales de cercanía que permitan reducir las emisiones asociadas al transporte. Las posibilidades son muchísimas.
En consecuencia, ¿es posible conseguir prendas de vestir que cumplan todos estos requisitos? A día de hoy parece evidente que no lo es, y que lograrlo es una tarea terriblemente compleja. Todo esto, además, sin tener en cuenta la dimensión social, que también debería considerarse (por ejemplo, el trato justo y humanitario de los trabajadores del sector textil en países en desarrollo).
Tener todo esto en cuenta no es barato, por lo que también hay que empezar a mentalizarse de que la apuesta por el medioambiente requiere invertir en ella (adiós a las prendas por 9,99€). Por tanto, quizás el mensaje que nos están transmitiendo deba ser matizado: la ropa que compramos como “moda sostenible” no es 100% sostenible, sino algo más sostenible que las demás.
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